Mi musica

miércoles, 18 de enero de 2012

Esa rara planta llamada felicidad.

Sin ser vista, da la vuelta por detrás alrededor de la pista, se coloca justo bajo ellos. Se siente extrañamente eufórica. El Bellini le está haciendo efecto. La música se apodera de ella. Se deja llevar. Cierra los ojos y, poco a poco, bailando, atraviesa la pista. Mueve la cabeza siguiendo el ritmo. Feliz y algo borracha, en medio de todos aquellos desconocidos. Su pelo vuela. Sube a un borde algo más alto de la pista. Junta las manos y empieza a bailar balanceando los hombros, con la boca cerrada y transportada por la música abre los ojos y mira hacia arriba. Sus miradas se encuentran a través del cristal. Él la está mirando. Por un instante, no la reconoce. También su amiga la ve. Step se vuelve hacia Pallina y le pregunta algo. Desde abajo, Babi no puede oír lo que dicen pero lo intuye fácilmente. Pallina asiente. Step mira de nuevo hacia abajo. Babi le sonríe antes de bajar los ojos y de ponerse a bailar de nuevo, arrebatada por la música.
Step se aleja rápidamente sin preocuparse de nada y de nadie.(...)El tipo rudo y bajo de la escalera deja pasar a Step sin pagar. Es más, lo saluda con respeto. Step se detiene. Babi está delante de él. Un macarra de melena cuadrada baila en torno a ella interesado en la adquisición. Al ver a Step se aleja del mismo modo que había llegado, como quien no quiere la cosa. Babi sigue bailando mirándole a los ojos, y, en ese preciso instante, él se pierde en aquel azul. Mudos y sonrientes bailan el uno junto al otro. Al ritmo de sus miradas, de sus ojos, de sus corazones. Babi se balancea. Step se le acerca. Puede oler su perfume. Ella alza las manos, se las pone delante de la cara y baila tras ella, sonriente. Se ha rendido. Él la mira encantado. Es guapísima. Nunca ha visto unos ojos tan ingenuos. Esa boca suave, color pastel, esa piel aterciopelada. Todo en ella parece frágil pero perfecto. En sintonía con su sonrisa, el pelo suelto bajo la cinta baila ligeramente saltando de un lado a otro. Step le coge la mano, la atrae hacia él. Le acaricia la cara. Están muy próximos. Step se detiene. Tiembla ante la idea. Un leve movimiento quizá podría causar que ella, quebradizo sueño de cristal, se rompiera en mil pedazos. Entonces le sonríe y se la lleva de allí. Arrancándola de toda aquella confusión, de toda aquella gente desenfrenada, de esos tipos que se mueven frenéticos, que parecen enloquecer cuando pasan junto a ellos. Step la conduce a través de aquella maraña de brazos agitados, protegiéndola de cantos humanos, de peligrosos codos afilados de ritmo, de pasos convulsos de inocente alegría. Más arriba, tras el cristal. Alegría y dolor. Pallina mira a Babi desaparecer con él, finalmente inocente y sincera. Maddalena mira a Step desaparecer con ella, culpable únicamente de no haberla amado y de no habérselo hecho creer nunca. Y en tanto que los dos, frescos de amor, salen a la calle, Maddalena se deja caer sobre un sofá. Se desengaña sola, al igual que, sola, se había engañado. Con un vaso vacío entre las manos y algo más difícil de rellenar dentro. Ella, simple abono de esa planta que a menudo florece sobre la tumba de un amor marchito. Esa rara planta llamada felicidad.

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