Ésa mañana me levanté
muy feliz y activa. Miré mi habitación. El pijama que me acababa de quitar
estaba tirado en el suelo al lado del armario, la cama estaba sin hacer y la
manta que me había hecho mi madre cuando yo era pequeña estaba en el suelo, la
ponía en el pie de la cama y me había movido tanto que la había tirado. Comencé
cogiendo el pijama, aprovechando mi actividad, y guardándolo doblado debajo de
la almohada.
Después de ordenar toda
la habitación y de terminar de prepararme, bajé a desayunar. Saludé a Carlos,
mi padre, con un alegre “¡Buenos días!” y me preparé un vaso de leche con una
tostada. Me lo comí todo hablando animadamente, y poco, con mi padre. Cogí mi
mochila, me despedí de mi padre y me fui al colegio.
Entré en el colegio y
le busqué con la mirada. Pero antes de que me diera cuenta, apoyó sus labios
contra los míos. Sentí su aliento mezclado con el mío, como había hecho tantas
veces. Cuando separó sus labios de los míos, me olvidé de respirar. Tuve que
recordarme que había chavales un año menos que nosotros a nuestro alrededor
para no tirarme a sus brazos y besarle.
-¿Ya te he dicho que te
quiero?-Le pregunté en su oído.
-Mm...Creo que
sí.-Bromeó Taylor.
Reímos y me abracé más
a él. Pero llegó la hora de ir a clase. Yo no podría volver a estar con Tay a
solas, o algo así, hasta el sábado. Esa tarde, como todos los viernes, tenía
que trabajar en la tienda de videojuegos de su familia y no tendríamos tiempo
para estar juntos.
Así que, si el sábado
tenía que trabajar, tendría que aguantarme hasta el domingo para volver a
besarle.
Estuve un poco con él
mientras trabajaba, pero pronto llegó su padre y me corté. Conocía a Taylor
desde pequeños, y también a sus padres. Taylor y yo llevábamos saliendo casi un
año y nuestros padres y todos nuestros amigos se habían acostumbrado a nuestro
amor. Pero yo seguía poniéndome roja cada vez que tenía que estar con sus
padres.
Fui a casa y subí a mi
habitación. Hice los deberes sin ninguna prisa. Estaba agotada, así que me fui
pronto a la cama.
-¡Tay!-Grité
despertándome.
Ésa noche había tenido
una pesadilla. Había soñado con Taylor pero, a diferencia de otros días, este
sueño era malo. Soñé que Taylor moría.
Tenía el rostro mojado
por las lágrimas y seguía respirando pesadamente. Esperé a relajarme para
levantarme y moverme. Miré por la ventana, aún era de noche. Respiré hondo y me
volví a tumbar. Aún tenía sueño.
Pero sentía que algo
malo estaba pasando en estos momentos. Peor aún, sentía que algo malo le estaba
pasando a Taylor en esos momentos. Miré el despertador. Eran las doce de la
madrugada. Pero necesitaba saber que estaba bien. Me levanté de nuevo, cogí mi
móvil de la mesilla y me senté en la silla de mi escritorio.
No. Era muy tarde,
estaría dormido. Y lo despertaría si le llamaba. Estuve veinticinco minutos
exactos mirando el móvil pensando qué hacer. La pesadilla seguía rondándome en
la cabeza y necesitaba saber que estaba bien.
Al final le llamé, pero
me salió el contestador.
-Tay, soy Buffy. Ya sé
que esto es una...Tontería. Pero he tenido una pesadilla y...Bueno, ya te lo
diré mañana. Espero no haberte despertado...Mm...Mira, da igual. Cuando te
despiertes llámame. Adiós. Te quiero.
Colgué. Todo eso sonaba
atropellado y raro. Esperé la llamada de Taylor durante más de dos horas. Sólo
miraba el móvil mientras me mordía las uñas. Me estaba quedando dormida allí
sentada. No podría quedarme despierta durante mucho más tiempo...Me levanté,
apagué la luz y me volví a tumbar en la cama. Me quedé dormida enseguida.
Me desperté pronto y un
segundo después de abrir los ojos, me levanté. Demasiado rápido, me mareé y
tuve que sentarme en la cama. En cuanto me recuperé, y un poco más despacio, me
levanté y miré el móvil. Nada. Quizás se hubiera quedado sin batería o tuviera
el móvil en la mochila del colegio...O se lo hubiera dejado en la tienda de
videojuegos.
Demasiadas dudas. Me
vestí sin prestar atención de la ropa que me ponía.
-¡Papá, salgo un
momento!¡Vuelvo enseguida!-Me despedí de mi padre mientras salía por la puerta.
Corrí hasta la casa de
Taylor sin saber lo que hacía, no podía pensar. Toqué el timbre nerviosamente.
Su hermana mayor, Carol, me abrió.
-¿Buffy?¿Estás
bien?Pareces nerviosa.-Me dijo.
-Eh...Sí...Digo...No...No
sé.-Contesté sinceramente.-¿Está Taylor en casa?
-No, esta mañana no
estaba en su habitación cuando me he despertado.-Contestó.-Quizás se haya ido
pronto para abrir la tienda...
-Vale, iré allí.
Le di la espalda y
corrí hasta la tienda de videojuegos. Tay no estaba en casa esa mañana.
Seguramente hubiera dormido en casa...Posiblemente hubiera madrugado, pero él
no era muy madrugador...Lágrimas cayeron por mis ojos. Había un coche de
policía en la esquina de la calle. Me paré.
La gente estaba
amontonada delante de la tienda. Corrí hacía allí. Pasé por entre la gente
diciendo cosas como: “lo siento”, “perdone”. Aún estaba llorando cuando llegué
al cordón policial.
-¿Sabe qué ha
pasado?-Le pregunté a un hombre que había a mi lado.
-Han entrado en la
tienda de videojuegos.-Me contestó el hombre.-Y el chaval del dueño estaba
dentro.
Respiré hondo. Me
estaba ahogando. Me sujeté al cordón policial, pero casi no me sirvió para
sujetarme bien. La gente que tenía a mi alrededor me tuvo que sujetar para que
no cayera. Me faltaba el aire.
-¿Buffy?-Me preguntó
una voz.
El padre de Taylor pasó
por debajo del cordón policial y me sujetó. Conseguí ponerme en pie con su
ayuda.
-¿Estás bien?-Preguntó
el padre de Taylor, Andrés.
-Creo que sí.-Tragué
saliva.-¿Dónde está Taylor?
Aún seguía medio
mareada, pero necesitaba una respuesta a esa pregunta.
-Vamos a otro lado y
bebes algo de agua.-Contestó Andrés.
Pasamos por debajo del
cordón policial y entramos en la tienda.
El olor a sangre me mareó
aún más. Andrés pasó rápidamente
sujetándome de la cintura, y eso fue un alivio, el olor a sangre me
había mareado y estaba segura de que no hubiera podido mantenerme en pie
durante mucho tiempo.
Entramos en la
trastienda y me ayudó a sentarme en una silla. Me dio una botella de agua, ya
abierta. Bebí un poco.
-Gracias.-Contesté.-Contéstame,
necesito saberlo, por favor.
Recordé todas las veces
que me había cortado estando con Andrés, pero ahora solo me importaba Taylor.
-Ayer se quedó solo
para cerrar.-Me contestó con la mirada baja.-Sólo fue media hora...Debieron
entrar a robar y él estaba dentro.
-¿Qué pasó?-Pregunté.
-No lo sé.-Contestó.
-¿Y las cámaras de
seguridad?-Insistí.
-La policía las está
investigando-Respondió.-Me han dicho que un hombre entró, pero estaba
encapuchado. Éste manipuló las cámaras y dejaron de gravar. No se ve nada, pero
esta mañana, Taylor no estaba.
-Entonces, ¿dónde
está?-Pregunté.-Quizás se hubiera ido.
-Cuando llegué estaba
todo lleno de sangre.-Contestó, aunque eso yo ya lo sabía.-Era demasiada
sangre. Es imposible que después de perder tanta sangre...-No dijo más, pero
había sido suficiente.
Me volvió a faltar el
aire. Todo el universo me cayó encima. No podía respirar. Nada tenía sentido.
Tay estaba mu...mu...muerto.
-Buffy, Buffy...-Me
llamó Andrés.-Respira.
-Tay
está...Muerto.-Sonó a pregunta, y así lo pensó Andrés.
-Tienes que tener
esperanza.-Casi intentaba convencerse a sí mismo antes que a mí.-Es poco
posible, pero su...Cuerpo no estaba aquí por la mañana. Lo encontrarán.
La pregunta era si vivo
o...Muerto.
No dije nada. Bastante
mal lo estaría pasando Andrés por haber perdido a su hijo como para soltarle
eso.
-Mira, ve a casa y
descansa.-Me pidió.-Duerme un poco, pareces cansada.
-Vale.-Asentí con la
cabeza. Mi respiración ya estaba casi controlada del todo, pero mis lágrimas
no.-Por favor, quiero saber cualquier novedad. Hasta la más mínima.
-De acuerdo, te llamaré
con cualquier novedad.-Aceptó Andrés con una sonrisa.-Ve a casa y duerme.
Me levanté. Andrés
extendió los brazos para sujetarme por si me mareaba. Yo también dudé, mi mente
estaba en otro lugar. Pero me mantuve en pie.
Salí aún medio mareada,
por no decir totalmente mareada. Pero cuando salí el mareo fue causa del olor a
la sangre. Intenté ignorarlo, pero fue muy difícil.
Llegué a casa con la
intención de subir directamente a mi habitación sin tener que hablar con mi
padre. Sabía que en cuanto hablara, rompería a llorar. Mi padre estaba en la
cocina, pero no me dijo nada. Ya debía de saber lo que le había pasado a...No
pude pensar en su nombre.
Esperé a llegar a mi
habitación para soltar todas las lágrimas que había retenido.
Me tumbé en la cama
bocabajo, a fin de que nadie oyera mis lloros. Sólo entonces me permití pensar
en su nombre. Tay estaba...Muerto. Mi razón de vivir ya no existía. Ya no tenía
ninguna razón para seguir...
La única razón por la
que me levantaba cada mañana era saber que le iba a ver. Ahora no le vería ni
por la mañana, ni por la tarde ni por la noche. Nunca. Su vida había terminado,
y la mía también. Y ni siquiera podría decirle cuanto le amaba.
Necesitaba oír su voz.
Necesitaba oírle decir un “te quiero”, algo, lo que fuera. Necesitaba saber que
le había pasado...Pero no lo sabía. No sabía por qué mi corazón había muerto y
se había roto en diez mil pedazos. Quizás Taylor estuviera vivo y curándose en
un hospital. Sí, tenía que agarrarme a eso. Tenía que agarrarme a la única
esperanza que me quedaba.
Y me agarré a ella.
Pero era como si la esperanza estuviera ardiendo. La esperanza de que Taylor
estuviera vivo solo me hacía retorcerme de dolor. Pero tenía que sujetarme y no
soltarme, si lo hacía...La vida tendría aún menos sentido.
Seguí sujeta a la
esperanza, que seguía ardiendo. Me estaba quemando viva, pero no tenía otra
cosa a lo que agarrarme. No tenía opción. O me agarraba a la esperanza que me
hacía quemarme viva...O admitía que la vida del hombre al que amaba había
terminado.
Pero si lo admitía,
moriría con él. Debía pensar en mi padre y en todas las personas que me querían
y se preocupaban por mí. Si yo moría, todos ellos pasarían lo mismo que yo
estaba pasando en esos momentos. Mi padre no tenía a nadie más, mi madre había
muerto cuando yo era muy pequeña.
Intenté recordar lo que
pasó mi padre en esos momentos. Pero no pude. Ese siempre había sido un tema
tabú en mi familia, y yo no quería sacar el tema. Pero yo ahora estaba
sintiendo lo mismo, y no podía culpar a mi padre por no haber querido hablar
del tema.
Cada vez que pensaba en
su nombre, el agüero que había dejado mi corazón en mi pecho aumentaba y se
hacia cada vez más grande. Si pensaba algo relacionado con él, el agüero de mi
pecho me destruí por dentro. Me iba matando poco a poco mientras la esperanza
de que estuviera vivo iba curando las heridas, muy despacio.
Intenté cerrar el
agüero apretando los brazos contra él. No funcionó. Solo conseguí que el dolor
fuera más fuerte. Cerré los ojos con fuerza, intentando despertarme y que todo
eso fuera una pesadilla.
Deseaba despertar en mi
habitación, tumbada en la cama. Eso no era un sueño, ni una pesadilla, eso era
la realidad.
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